Marta Minujin presento su libro «Tres inviernos en Paris»

Marta Minujín, en el auditorio Espacio LA NACION, presentó su libro Tres inviernos en París

Cecilia Martínez, Lanacion.com 

Marta Minujín presentó en el auditorio Espacio LA NACION su libro Tres inviernos en París, publicación que reúne sus diarios íntimos de los años qué pasó en la urbe francesa, en los albores del 68.

La artista dio varias vueltas por los pabellones de la Feria del Libro antes de llegar al stand donde compartiría luego una charla junto a la periodista Celina Chatruc ante un auditorio colmado y atento. «Me perdí por los pasillos», dijo ni bien entrar, envuelta en sus gafas oscuras y vestida de azul.

La moderadora de la presentación comentó con Minujín las vivencias que la artista plasmó en sus textos, en los que deja constancia de todo tipo de anécdotas y de los que brotan las semillas que la acabarían convirtiendo en la artista que es hoy.

La artista que llegó a trabajar con Andy Warhol dice que entonces, a comienzos de los 60, cuando ella era solo una joven de 18 años que había resultado becada para viajar, «París era una meta para los argentinos».

Marta Minujín, de joven
Marta Minujín, de joven Crédito: Gentileza Marta Minujín

«Alquilaba un cuarto en un quinto piso en un barrio irrelevante, porque tenía poca plata, y estos diarios los escribía con una vela, porque no había luz», contó. Por aquél entonces, se vestía de negro y su pareja -Juan Carlos Gómez Sabaini, que estaba ayer entre el público-, le enviaba víveres y abrigos, porque se «moría de frío». Con Sabaini (Bebe) se conocieron cuando Marta tenía 16 años y ya no volvieron a separarse. Con él se casó en secreto a esa edad para obtener la emancipación de sus padres y así poder viajar a Francia con motivo de la beca, que era para estudiar, aunque ella, con una rebeldía temprana, no lo hizo. «Me dediqué enteramente a producir, no fui a un solo seminario», cuenta.

La artista leyó fragmentos de sus diarios, en los que expresaba sus reflexiones: «No acepto las sillas cómodas», «mueran las tostadas con queso caliente y viva el pan duro con cáscara de queso», «en París me sentaré a filosofar con Van Gogh y con Gauguin y gastaré las sillas del Louvre» o «me sentaré junto al Sena a ver a los enamorados», declaraba.

Minujín dice que de aquella pasó momentos duros pero también de éxtasis. Iba a fiestas; entabló una gran amistad con Alberto Greco; conoció a Le Corbusier y realizó en París varias de sus primeras obras, como La habitación del amor. «Conviví con Greco en el mismo hotel, en el que él estaba alojado. Greco era un genio, un mago que predecía el futuro; él fue todo en mi carrera», subrayó.

La primera exposición en la que participó Minujín se llamó Pablo Manes y 30 argentinos de la nueva generación. Allí conoció a Le Corbusier, quien, al ver la muestra, le dijo que «las mejores obras eran la mía, hecha con cajas de cartón, y la de Greco, que era una caja de acrílico con ratas vivas que comían pan».

En ese viaje iniciático, Marta cuenta que descubrió el color. Mientras se proyectaban fotos del «lugar atroz en el que vivía», la artista recordó una vivencia que sería, según ella, reveladora. «Yo venía haciendo todo con colchones negros y marrones y cuando estaba volviendo de Venecia a París, no tenía el permiso para entrar en Francia y me tuve que quedar una noche en Milán, y ahí vi junto a un convento en una vidriera una pollera turquesa y rosa, que me encantó. Entonces lo empecé a aplicar y, a partir de ahí, nació el pop para mí, aunque en Estados Unidas ya había algunos artistas pop».

Marta Minujín junto a la periodista Celina Chatruc en la Feria del libro
Marta Minujín junto a la periodista Celina Chatruc en la Feria del libro Fuente: LA NACION – Crédito: Ignacio Sánchez

A su regreso a Buenos Aires incorporó esta aplicación del color y, desde entonces, «vivo en fluo», recalca.

También fue en la ciudad del amor donde vendió sus primeras obras, hechas con sus emblemáticos colchones. «Toda la plata que ganaba la gastaba en colchones para intervenir», aseguró. La artista no tenía recursos pero, sin embargo, no duda al señalar que «fue una de las épocas más felices de mi vida. Siempre es así, cuando uno pasa frío y hambre, le gusta; y yo tenía 20 años, pasaba por una fiesta con música cubana y me olvidaba de todo», apuntó.

Entre otros, se relacionó a aquel lado del Atlántico con Sartre y conoció a Cortázar, que la visitó con su esposa, «pero no hubo mucha onda entre nosotros», contó.

Sobre lo que leía en aquellos años, dice que «todo lo que leí en mi vida, lo leí antes de los 20, y ahora releo lo mismo», cuenta tras dar valor supremo a aquellos textos.

En el encuentro de ayer, también recordó a otros artistas. «Berni dijo que era terrible lo que yo hacía y yo a partir de ahí nunca más pedí una opinión, y tampoco las escuché», dijo.

Tras ver la obra de Noé y De la Vega, Marta pensó que nunca sería como ellos y rompió sus obras. Además, habló de algunas intimidades de sus contemporáneos y dijo que «De la Vega, que era muy genial, un hombre de otro mundo, se enamoraba de hombres y de mujeres».

Fiel a su estilo descontracturado y espontáneo, Minujín hizo reír al público y, al rematar la presentación, la creadora de La Menesunda y emblema del happening y la performance, firmó ejemplares de su libro.

Tras la presentación de Minujín en Espacio LA NACIÓN y con el sonido de los tambores como hilo conductor, el periodista uruguayófilo Humphrey Inzillo propuso un derrotero por las distintas fusiones que el candombe, el ritmo afro-uruguayo por excelencia, adoptó desde la segunda mitad del siglo pasado hasta nuestros días, un viaje didáctico y musical que parte de las calles del Barrio Sur de Montevideo con escalas en los primeros intentos de un candombe de vanguardia, con las míticas grabaciones de Bachicha Lencina y Manolo Guardia; el candombe-beat de Rubén Rada y El Kinto Conjunto. También habló del candombe campero de Alfredo Zitarrosa; del candombe psicodélico de Eduardo Mateo; del candombe-funk del espacio sideral de los hermanos Fattoruso y el Opa Trío; del hipercandombe de Charly García y La Máquina de Hacer Pájaros; del candombe en loop de Jorge Drexler; de su influencia en la escena porteña y el rockandombe de Los Piojos; y del candom-bebop de Alejandro Luzardo y La Candombera.


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